Y ya no está.
Vuelvo a casa y él ya no está detrás de la pantalla, ya no me voy a despertar nunca más con un 'eh, que te dormiste' suyo. No va
a volver a llamarme payasa después de decirle cualquier tontería, ni a
reirse mientras hablábamos a las tantas de la madrugada a cientos de
kilómetros. Ya no me iré a dormir con su voz en mi cabeza y el deseo de
sus manos en mis caderas. Pero que bonito fue ser la chica de sus
noches, de sus sonrisas y de sus buenos días, que bonito fue el juego
hasta que se acabó. Él nunca se precipitó porque siempre tuvo ese
comodín detrás, la felicidad asegurada pero yo, yo salté sin preguntarme
ni siquiera el por qué y supongo que ahí se resume la diferencia entre sus buenas noches y mis mierda de días ahora.
Pero pese a
todo sigo acordándome de él (consumiéndome también). Que estúpido me
resulta esto de recordar todo lo que me decía, de seguir queriendo lo
que queríamos, de esperarle aunque sé que si vuelve, no es para
quedarse y mucho menos conmigo. Que estúpido me resulta no poder
escuchar una canción porque en cada estrofa vuelve taladrando con
ella. Pero para estupidez la de seguir pensando que podría haber salido
bien, que si nos hubiesemos querido por igual quizás no estaría así, que
quizás su risa ahora sería melodía y no un triste recuerdo de aquellas
noches. Que sigo queriendo que sea tan idiota como para dejarme callada
con un par de palabras, que sigo queriendo ser aquellos días en los que
fuimos y no ahora en los que nos hemos perdido.
Pero ya no está, él ya no está y yo tampoco. Quizás si vuelve me pueda volver a encontrar, pero mientras tanto, siempre fuertes.
.
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